Esto era un economista que, después una semana de intenso trabajo, decide ir a pasar el domingo al campo para que le dé el aire y relajarse un poco. Se hace su rutilla por el monte y de repente se encuentra con un pastor y un rebaño de ovejas. Como está de buen humor, decide tirarse el moco con el pastor.
- Hola muy buenas.
- Hola, qué tal.
- Oiga usted, le propongo una cosa. Si soy capaz de decirle con total precisión cuántas ovejas hay en su rebaño, ¿me regalaría una?
El pastor piensa para sus adentros “anda el listo este, qué se habrá creído. No lo adivina ni de coña”, así que decide aceptar.
El economista, duramente curtido en cálculos de riesgo, beneficios, teorías económicas y techos de inflacción, echa una mirada al rebaño en movimiento, arruga un poco el entrecejo y en menos de 10 segundos le dice al pastor…
- Tiene usted exactamente 263 ovejas.
La cara de asombro delata al pastor inmediatamente, que reconoce su derrota y, sintiéndose un pardillo, permite al economista que escoja la oveja que ha ganado en justa lid. El satisfecho economista, agarra a uno de los animales y se dispone a seguir su camino henchido de orgullo.
- ¡Un momento! – dice el pastor justo en ese instante – creo que merezco el derecho a una contraapuesta. ¿Si soy capaz de adivinar su profesión a la primera, me la devuelve?
El elegante economista piensa para sus adentros que es imposible que el pastor sepa siquiera cual es la probabilidad de que acierte, y con una sonrisa, acepta.
- De acuerdo, inténtelo.
- ¡Usted es economista!
- Pe-pero ¿Cómo es posible? ¿Cómo lo ha adivinado? -responde atónito.
- Ande y haga el favor de devolverme al perro.
Y es que cada día tengo más claro que dejar nuestro futuro en manos del mercado, no parece una gran idea
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