Ayer una seguidora me escribio un comentario en una de mis entradas y me ha gustado tanto que he querido hacerla un guiño y publicarselo en una de mis entradas.Espero que os guste
sábado, julio 12, 2008
Camarera de pisos
Soy yo la que abro las puertas de las habitaciones, después de tocar con los nudillos para comprobar que no hay nadie. Soy yo la que empujo el carrito con las toallas y los repuestos de papel higiénico, la que pasa la aspiradora y enjuga la bañera, la que extiende las sábanas donde se dibujan los contornos de los cuerpos de los otros, la que dobla las toallas, ventila el cuarto, pasa por alto unas bragas sucias, un vaso que huele a güisqui, un cenicero lleno. Hago las cosas como si no fuera yo quien las hiciera, como si no fuera yo la que estuviera cuidando de poner orden en una habitación de hotel en la que un ser habita y quien agradecerá más tarde mis manos hacendosas, lo mas parecido a una madre que tiene en esa ciudad en la que pasa unos días de trabajo, placer o desesperación.
Soy la madre de todos los huéspedes de mi planta, lo hago por dinero claro está. Pero soy la madre de todos ellos y ninguno de ellos sabe mi nombre.
Soy la madre de todos los huéspedes de mi planta, lo hago por dinero claro está. Pero soy la madre de todos ellos y ninguno de ellos sabe mi nombre.
Quería hacer algo bonito con mi vida de camarera de piso.
Hay una chica que está alojada en la quince desde hace una semana. Cada día me imagino una cosa nueva sobre ella aunque sé seguro que es rubia por los cabellos que deja sobre la almohada.
Lo que más me gusta de ella son por ejemplo sus zapatos. Son muy pequeños y me cuesta meterme en ellos. Siempre los deja tirados de cualquier manera sobre la moqueta, debe ser que los lanza alegremente al aire antes de acostarse. Tiene el armario lleno de pares de zapatos. Son de colores, verdes, blancos, con tacón muy fino. Me quedan apretados pero hacen que mis tobillos parezcan elegantes, es increíble como cambia un tobillo con un zapato de tacón. He de reconocer que me encanta ponerme sus zapatos, es lo primero que hago cuando entro en el cuarto, me quito las chancletas y me deslizo en los zapatitos de esta muchacha y, empinada en sus tacones, paso la aspiradora y me siento otra, no la madre, no, me siento una chica como ella, aunque tenga que limpiar, pero una chica con un talento especial.
Porque la muchacha tiene un talento para algo, eso está claro, aunque no sabría definirlo. Lo deduzco por el frasco azul de perfume que tiene en el baño, por un carmín sin capuchón, un guante de crin. Todas sus cosas que ahora son mis cosas, ahora mientras las muevo y las levanto para pasar el paño son mis cosas, si no fueran mis cosas no me atrevería a tocarlas, no? Así que las cosas de la chica rubia se vuelven mías durante esos minutos que limpio, por eso sé que tengo derecho a ponerme sus zapatos, a pintarme con el carmín, a abrir el cuaderno donde ha anotado algo que no entiendo porque estará en ingles, a mirar el libro de fotografías que ella ha mirado antes de caer dormida, después de lanzar sus zapatos alegremente por los aires. Limpiar habitaciones de hotel implica tener miles de cosas extrañas a tu alcance, y los huéspedes me dejan que sea su dueña momentánea , si no fuera así nadie querría que le limpiaran la habitación, donde se queda el neceser viejo y horroroso, el peine grasiento, donde puedo ver qué pijama usaron para dormir y si hay sangre entre las sabanas.
Cuando salgo de trabajar me convierto en lo que soy: No la madre de nadie, no la dueña de un millar de zapatos de tacón. Sigo siendo yo pero no soy especial, eso es lo que me duele, porque cuando entro en las habitaciones del hotel para limpiar me interesan los periódicos que se quedan abiertos en la hoja en la que huésped decidió cerrar los ojos y es cuando leo el articulo, para saber que es lo que le preocupaba al durmiente. Sin embargo en la calle, ahora, camino hacia Plaza de España, paso delante de un puesto de periódicos y no me interesa nada de lo que cuentan en ellos. Me detengo delante de los cines que hay en Martín de los Heros, los cines de versión original. Esta mañana he encontrado un ticket de cine en la mesilla de noche de la chica rubia, los cines Renoir, menudo nombre para un cine, y miro el cartel de la película que vio ella la pasada noche y la verdad, yo jamás me metería a ver esa película, encima en versión original y que va de un hombre que ama a una mujer a escondidas y que eso es lo único que hace, amar a escondidas, sin hablar, leo en la hoja explicativa.
Sin embargo no cejo en mi empeño de hacer algo bonito con mi vida de camarera de piso y pienso que quizás la solución seria encontrarme cara a cara con los huéspedes, al menos con los que me gustan y que debería, por ejemplo, encontrarme con la chica rubia aunque yo no hable ingles, debería dejar que me viera la cara, que me reconociera como la que cambia sus sabanas y vacía la papelera de su cuarto desde hace una semana, creo que esas coincidencias hacen que la vida sea interesante de verdad.
Así que al día siguiente entro en la quince con nerviosismo. He dejado su habitación para el final porque espero encontrármela al salir o cruzármela por el pasillo. Hago la cama mientras finjo que no sé que es lo que pretendo hacer hoy. Veo los zapatos tirados, esta vez son rojos con coquetos lazos en la punta. No puedo resistirme a probármelos, camino cautelosamente sobre la moqueta y me inclino delante del espejo del recibidor. Pienso en lo bonito que quiero hacer con mi vida de camarera de piso pero en el espejo no soy más que una chica morena que el tiempo engullirá, lo bonito no tiene cabida en la eternidad, me digo, en la eternidad se quedan los diamantes, no las camareras de piso como yo.
Excuse me.
Es ella. Es mas bajita de lo que me imaginaba, la miro a los ojos brevemente, azules, los tiene azules y pequeños. Me mira con curiosidad, no parece estar muy enfadada por verme subida sobre sus zapatos de tacón, me quito los zapatos a toda prisa, quisiera preguntarle en ese momento qué es lo que ve en mí, que por qué me mira así, con esa expresión tan extraña.
Me aparto el pelo de la cara y entro apresuradamente en el cuarto de baño para salir al instante con las toallas sucias. Las echo dentro del saco del carro mientras el corazón me late a toda velocidad, ella sigue de pie junto a la puerta, no se ha movido, mirándome.
Soy idiota, lo he echado todo a perder, pienso con un pinchazo en el corazón, pueden despedirme por esto y es el único trabajo que sé hacer. Me entra el pánico y me vuelvo hacia ella con lagrimas en los ojos, quiero pedirle que me perdone, que por favor me perdone pero cuando la miro esta sonriendo y entonces se que no hay necesidad de abrir la boca.
Salgo de la habitación empujando el carrito y ella cierra suavemente la puerta detrás de mí, camino unos pasos y después vuelvo para quedarme durante un buen rato junto a la puerta, escuchando, conteniendo la respiración. Miro el reloj y me alejo. No sé qué pensar. No había ruido de televisión, ni nada.
Lo que más me gusta de ella son por ejemplo sus zapatos. Son muy pequeños y me cuesta meterme en ellos. Siempre los deja tirados de cualquier manera sobre la moqueta, debe ser que los lanza alegremente al aire antes de acostarse. Tiene el armario lleno de pares de zapatos. Son de colores, verdes, blancos, con tacón muy fino. Me quedan apretados pero hacen que mis tobillos parezcan elegantes, es increíble como cambia un tobillo con un zapato de tacón. He de reconocer que me encanta ponerme sus zapatos, es lo primero que hago cuando entro en el cuarto, me quito las chancletas y me deslizo en los zapatitos de esta muchacha y, empinada en sus tacones, paso la aspiradora y me siento otra, no la madre, no, me siento una chica como ella, aunque tenga que limpiar, pero una chica con un talento especial.
Porque la muchacha tiene un talento para algo, eso está claro, aunque no sabría definirlo. Lo deduzco por el frasco azul de perfume que tiene en el baño, por un carmín sin capuchón, un guante de crin. Todas sus cosas que ahora son mis cosas, ahora mientras las muevo y las levanto para pasar el paño son mis cosas, si no fueran mis cosas no me atrevería a tocarlas, no? Así que las cosas de la chica rubia se vuelven mías durante esos minutos que limpio, por eso sé que tengo derecho a ponerme sus zapatos, a pintarme con el carmín, a abrir el cuaderno donde ha anotado algo que no entiendo porque estará en ingles, a mirar el libro de fotografías que ella ha mirado antes de caer dormida, después de lanzar sus zapatos alegremente por los aires. Limpiar habitaciones de hotel implica tener miles de cosas extrañas a tu alcance, y los huéspedes me dejan que sea su dueña momentánea , si no fuera así nadie querría que le limpiaran la habitación, donde se queda el neceser viejo y horroroso, el peine grasiento, donde puedo ver qué pijama usaron para dormir y si hay sangre entre las sabanas.
Cuando salgo de trabajar me convierto en lo que soy: No la madre de nadie, no la dueña de un millar de zapatos de tacón. Sigo siendo yo pero no soy especial, eso es lo que me duele, porque cuando entro en las habitaciones del hotel para limpiar me interesan los periódicos que se quedan abiertos en la hoja en la que huésped decidió cerrar los ojos y es cuando leo el articulo, para saber que es lo que le preocupaba al durmiente. Sin embargo en la calle, ahora, camino hacia Plaza de España, paso delante de un puesto de periódicos y no me interesa nada de lo que cuentan en ellos. Me detengo delante de los cines que hay en Martín de los Heros, los cines de versión original. Esta mañana he encontrado un ticket de cine en la mesilla de noche de la chica rubia, los cines Renoir, menudo nombre para un cine, y miro el cartel de la película que vio ella la pasada noche y la verdad, yo jamás me metería a ver esa película, encima en versión original y que va de un hombre que ama a una mujer a escondidas y que eso es lo único que hace, amar a escondidas, sin hablar, leo en la hoja explicativa.
Sin embargo no cejo en mi empeño de hacer algo bonito con mi vida de camarera de piso y pienso que quizás la solución seria encontrarme cara a cara con los huéspedes, al menos con los que me gustan y que debería, por ejemplo, encontrarme con la chica rubia aunque yo no hable ingles, debería dejar que me viera la cara, que me reconociera como la que cambia sus sabanas y vacía la papelera de su cuarto desde hace una semana, creo que esas coincidencias hacen que la vida sea interesante de verdad.
Así que al día siguiente entro en la quince con nerviosismo. He dejado su habitación para el final porque espero encontrármela al salir o cruzármela por el pasillo. Hago la cama mientras finjo que no sé que es lo que pretendo hacer hoy. Veo los zapatos tirados, esta vez son rojos con coquetos lazos en la punta. No puedo resistirme a probármelos, camino cautelosamente sobre la moqueta y me inclino delante del espejo del recibidor. Pienso en lo bonito que quiero hacer con mi vida de camarera de piso pero en el espejo no soy más que una chica morena que el tiempo engullirá, lo bonito no tiene cabida en la eternidad, me digo, en la eternidad se quedan los diamantes, no las camareras de piso como yo.
Excuse me.
Es ella. Es mas bajita de lo que me imaginaba, la miro a los ojos brevemente, azules, los tiene azules y pequeños. Me mira con curiosidad, no parece estar muy enfadada por verme subida sobre sus zapatos de tacón, me quito los zapatos a toda prisa, quisiera preguntarle en ese momento qué es lo que ve en mí, que por qué me mira así, con esa expresión tan extraña.
Me aparto el pelo de la cara y entro apresuradamente en el cuarto de baño para salir al instante con las toallas sucias. Las echo dentro del saco del carro mientras el corazón me late a toda velocidad, ella sigue de pie junto a la puerta, no se ha movido, mirándome.
Soy idiota, lo he echado todo a perder, pienso con un pinchazo en el corazón, pueden despedirme por esto y es el único trabajo que sé hacer. Me entra el pánico y me vuelvo hacia ella con lagrimas en los ojos, quiero pedirle que me perdone, que por favor me perdone pero cuando la miro esta sonriendo y entonces se que no hay necesidad de abrir la boca.
Salgo de la habitación empujando el carrito y ella cierra suavemente la puerta detrás de mí, camino unos pasos y después vuelvo para quedarme durante un buen rato junto a la puerta, escuchando, conteniendo la respiración. Miro el reloj y me alejo. No sé qué pensar. No había ruido de televisión, ni nada.
publicado en el blog:http://emmaskarada.blogspot.com/
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