
Erase una vez, allá en el País de los Gorriones que nacieron dos pajarillos, un gorrión hembra y un gorrión macho, y como hermanos se quisieron toda su vida.
Tuvieron que emigrar al País de los Sentimientos, así lo mandaba la tradición, y esa tradición decía que allí las enseñanzas les colmarían.
Y claro que aprendieron, aprendieron que en cualquier rincón brotaban manantiales, unos cargados de Ilusión y todos cargados de Amor. Aprendieron que todo lo que tenían era para dar, y regalaban lo único que podían dar: la música de sus cantos.
Y el gorrión, al lado de su casa en la arboleda tenía una amiga, una amiga que cada mañana le esperaba con las ventanas abiertas, esperaba el arrullo de sus canciones, esperaba el aleteo de sus alas y esperaba sus caricias cuando suavemente se posaba en su mano.
Y el gorrión la amaba, la amaba como a todo lo que le rodeaba, amaba las palabras dulces cuando le hablaba, amaba la delicadeza como le acariciaba, amaba sus silencios cuando le miraba.
Un día la ventana se cerró y no se volvió a abrir más, su amiga del alma se fue muy lejos, al País del Olvido empujada por su amo, ella tenía amo cosa que él no entendía, como no entendía su falta de libertad. Él, que nació libre para volar no podía entender que un hombre privara de su libertad a su amiga del alma”
...
Volvió con su hermana al País de los Gorriones y allí repartió sus enseñanzas y ya nunca pudo olvidar la ventana, sus arrullos y las caricias de su amada.
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